Corpus 2010: «Dios no nos quiere perfectos, nos quiere enamorados»
El Consiliario de la Federación de Hermandades y Cofradías de Huéscar y Párroco de Santa María La Mayor, D. Antonio Fajardo, escribe su carta pastoral con motivo del Corpus Christi 2010 a todos los fieles de Huéscar. Nos recuerda el valor incalculable del milagro eucarístico que se repite en cada misa y en cada adoración. Un lugar muy especial tiene para D. Antonio, los más necesitados en medio de la galopante crisis económica, exhortando a todos los cristianos a ser verdadera levadura en medio de la injusticia del mundo.
Parroquia Mayor Santa María de la Encarnación (Huéscar)
Carta con motivo del Corpus Christi 2010
Queridos feligreses:
Con el día de Pentecostés culminamos las fiestas de Pascua y, ya metidos en el tiempo ordinario, la Iglesia nos invita a celebrar el día del Santísimo Cuerpo de Cristo, “el Corpus”, de tanto arraigo y tradición en Huéscar. Quiero aprovechar esta solemnidad, para una vez más, hacer un llamamiento a todos los católicos de Huéscar a reavivar el aprecio por el don de la Eucaristía. El mayor regalo del amor de Dios es el Cuerpo Sacramentado de Jesús.
Mis queridos hermanos, una persona para poder estar sana tiene que alimentarse bien. Un cristiano para poder serlo tiene que vivir de Cristo y con Cristo. Y esto se realiza por medio de los sacramentos, que alcanzan la plenitud de gracia y santificación en la Misa. No es verdad que se puede ser católico y no practicante, porque en la medida en que se es menos practicante se va siendo menos católico. Es muy sencillo, nadie puede vivir sin corazón, y el corazón del cristiano es la vida de la gracia. Su Santidad Pío XII, en 1953, hablando de lo que son las parroquias, decía: El centro es la iglesia, y en la iglesia el sagrario, y a su lado el confesionario: allí las almas muertas retornan a la vida y las enfermas recobran la salud. ¡Qué gran y perenne verdad! ¿Por qué hay tantas personas enfermas en nuestros días? Porque se han olvidado del sagrario y del confesionario. Muchas enfermedades físicas tienen su origen en haber abandonado el cuidado de la vida espiritual, y la mediocridad que parece asolar al mundo, en todos los sentidos, tiene su raíz en la falta de cuidado del alma.
El confesionario, del que dice el Papa ha de estar “al lado del sagrario” como centro de la vida cristiana, nos enseña lo que es el bien y la verdad. Porque cuando hacemos el examen de conciencia el Espíritu Santo nos descubre a dónde nos lleva nuestra falta de amor a Dios, a veces, a caer en los actos más insospechados; y nos impulsa, por el perdón de los pecados, a vivir en la fidelidad y amistad con Dios y en la comunión con la Iglesia. No se trata de vernos perfectos o imperfectos, sino de caer en la cuenta de que al margen de Dios toda felicidad es un espejismo, podremos experimentar placeres momentáneos, pero jamás felicidad duradera. Dios no nos quiere perfectos, no lo veamos desde esta perspectiva, nos quiere enamorados; porque un corazón enamorado hace lo posible y lo imposible por agradar a la persona amada y en ella encuentra su alegría; por tanto, para alcanzar la perfección, es decir nuestra santificación, sólo se puede hacer por y a través de la vía del corazón. Por eso el Señor dice a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”; y de ahí la pregunta de Jesús a San Pedro “¿Pedro, me amas?” Porque el que ama, aunque caiga una y mil veces, siempre retorna al buen camino.
Pero a esa fuente de salud que es el confesionario se llega por el trato asiduo con el Señor en el sagrario. En tiempos no tan remotos existía la costumbre de hacer todos los días la visita al Santísimo. Hombres y mujeres, niños y jóvenes, se acercaban diariamente a la iglesia para hacer un rato de oración ante el sagrario. Cuánto bien se siguió de aquella santa costumbre, y cuánto mal se ha seguido de la dejación de su práctica. Al calor de aquellas visitas florecieron las vocaciones sacerdotales y religiosas, se formaron auténticas familias cristianas, y se desarrolló un fecundo apostolado. Lo que nosotros, como Parroquia de Huéscar, somos hoy es fruto de aquellas visitas al Sagrario.
Hermanos, sabéis bien que desde que llegué a Santa María como párroco, todo mi empeño ha sido edificar la Iglesia desde la Eucaristía: potenciando el sentido comunitario de la Santa Misa, cuidando con esmero la liturgia y abriendo el templo el mayor tiempo posible para la adoración al Santísimo; porque creo que éste es el primer objetivo pastoral y que todo lo demás tiene que nacer de este estar con el Señor. Nuestro Obispo en la homilía pronunciada con motivo de la apertura de la capilla de la Curia Diocesana decía: He querido que la capilla de esta Casa esté abierta al culto público para expresar que el centro del gobierno y de las actividades de la vida diocesana está en el Sagrario. “El centro de la vida diocesana está en el Sagrario”. Estas palabras de nuestro Obispo han sido una alegría para mí, porque corroboran lo que llevamos haciendo mucho tiempo en Huéscar un buen puñado de cristianos: empeñarnos en que el Sagrario sea el centro de nuestras vidas y de nuestro apostolado. Y es que nos engañamos si creemos que nuestra vida pastoral en sus distintas facetas: litúrgica, de anuncio del evangelio y de atención a los necesitados, tiene como apéndice y no como centro de donde dimana toda actividad eclesial, el trato con el Señor en el Sacramento Eucarístico. Don Ginés lo deja muy claro en la misma homilía: El misterio eucarístico configura a la Iglesia, es el molde en el que se debe construir cada día esta Iglesia.
Hago un llamamiento especialísimo a las Juntas de Gobierno de las Hermandades y Cofradías para que procuren, mediante una adecuada formación, que todos los hermanos observen el precepto dominical. Todas las hermandades, sin excepción, recogen en los estatutos que sus miembros han de cumplir con los deberes cristianos. Pues el primer deber, que es una “obligación” de amor, es la celebración dominical de la Santa Misa. Y, en esto como en todo, los que están al frente de las hermandades son los primeros que han de dar ejemplo.
¿Cuál es el fin de toda hermandad? El fin de todo cristiano: alcanzar el Cielo. Nos asociamos, para con la ayuda mutua, lograr el objetivo de obtener la vida eterna. Pero esta meta sólo es posible a través de la comunión con Cristo: Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Por esto mismo, dice también Jesús: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. «Bajo las apariencias de ese pan está presente Él en persona, el vencedor del pecado y de la muerte, el Resucitado. Quien se alimenta de ese pan divino, además de encontrar la fuerza para derrotar en sí mismo las sugestiones del mal a lo largo del camino de la vida, recibirá con Él también la prenda de la victoria definitiva sobre la muerte» (Juan Pablo II)
Queridos feligreses todos, a los que no tenéis un horario laboral que os lo impide, os ruego con toda mi alma que vayáis todos los días a Misa, que acudáis todos los días a la adoración del Santísimo. El Señor nos espera a nosotros, no sólo por nosotros, sino también por los que no van, porque nuestra presencia delante de Jesús tiene que ser también una presencia reparadora. Santa María se abre todos los días a las 9 de la mañana y se cierra a las 13’45, en esa franja horaria cada uno tiene que buscar un tiempo para estar con el Señor, por nuestro propio bien, por el de nuestra Parroquia, por el bien de la Iglesia y el Mundo.
Sabéis que por oficio sacerdotal tengo el deber de rezar por vosotros, pero me gusta hacerlo con vosotros. Os invito a que vengáis todas las mañanas a Santa María a las 9’30 para celebrar la Santa Misa, rezar laudes y el rosario; además, tenemos una pequeña meditación con algún documento del Magisterio que nos sirve de guía en la formación y práctica de nuestra fe católica.
No puedo terminar esta carta sin tener un recuerdo para todas aquellas personas que se ven afectadas por la actual situación de crisis económica. Son muchas las que llaman a las puertas de la Parroquia para que se les ayude, y es mucho el socorro que la Parroquia presta. Pero es imposible atender todas las necesidades, aún así, estad seguros de que de no existir la Iglesia la gente sería más pobre. Os ruego que seáis generosos en el auxilio a los necesitados, los que poseemos algo tenemos que compartir con los que no tienen nada. Sabiendo que lo que hacemos con los pobres lo hacemos con el Señor. De tal modo es así, que nuestra salvación está asociada al cuidado del cuerpo del prójimo: Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alojasteis….
Pero no olvidemos, en este tiempo de carencias materiales, que la mayor indigencia que puede sufrir el ser humano es no conocer a Dios y a su enviado Jesucristo; de hecho, esta es la mayor pobreza que arruina hoy a España; y comunicar la fe, es el primer auxilio que tenemos que prestar como Iglesia, pues existimos para evangelizar.
Pongo nuestras vidas bajo el amparo maternal de la Santísima Virgen María y la intercesión de las Santas Alodía y Nunilón.
Antonio Fajardo Ruiz, Párroco