Huéscar, enero, 2011
Queridos feligreses: En plena Navidad os escribo esta carta para hablaros de la Eucaristía, porque «en el Hijo de la Virgen, “envuelto en pañales” y “acostado en un pesebre” reconocemos y adoramos “el pan bajado del cielo. (…) ¡Belén! La ciudad donde según las Escrituras nació Jesús, en lengua hebrea, significa “casa del pan”. Allí, pues, debía nacer el Mesías, que más tarde diría de sí mismo: “Yo soy el pan de vida”» (Juan Pablo II, Misa de Nochebuena 2004).
Al redactar estas letras, mis queridos hermanos, late en mi corazón el más ardiente deseo de que en nuestra Parroquia crezca la asistencia a misa y no decaiga la adoración al Santísimo y la visita diaria al Sagrario, antes al contrario, como siempre me oís decir, quiero con toda mi alma que esta Parroquia sea cada vez más eucarística, más prendada y prendida del Señor Sacramentado, hasta que nos convirtamos en discípulos del Señor, como lo era San Juan evangelista, que vivamos recostando nuestra cabeza, es decir nuestra vida, en el pecho amoroso del Señor Eucaristía, que vivamos abandonados en su amor, plenamente confiados en su misericordia. Y es que «igual que Jesús permanece en el Sacramento también después de la celebración, es necesario que nosotros nos quedemos con Él en una adoración que se prolongue en el tiempo de forma que la Eucaristía sea memoria perenne del Amor de Dios por los hombres, un fuego capaz de incendiar todo rincón de la tierra». (Cardenal Saraiva)
A veces tengo dudas de si todas las acciones pastorales que desarrollamos para llevar el Evangelio a los moradores de Huéscar son las adecuadas, pero jamás he albergado duda alguna de que la única acción en la que no nos equivocamos es en la adoración al Santísimo.La adoración del Santísimo Sacramento es fuente inagotable de santidad, y la santidad es el mejor modo de evangelizar. Sólo los santos son creíbles. Nuestra Parroquia necesita santos que arrastren con su ejemplo a los que se han olvidado de Dios y andan apartados de la Iglesia que, por desgracia son muchos, cada día más. Como afirma Monseñor Fernando Sebastián «no podemos decir ya que la sociedad española es una sociedad católica. Hay muchos bautizados que no piensan ni viven de acuerdo con su bautismo. Otros muchos han abandonado explícitamente la fe bautismal. Otros rechazan elementos de la doctrina católica, ya sean dogmáticos o morales…» El secularismo "y toda clase de altanería que se levanta contra el conocimiento de Dios" (Cf. 2 Corintios 10,4) es un río desbordado al que sólo puede contener el dique de la santidad. Y los santos que necesitamos no pueden ser los otros, tenemos que ser tú y yo, tú que lees esta carta y yo que la escribo. El secreto de la santidad está en permanecer muy cerca del sagrario, al lado del Señor, junto al Señor. Aprendiendo de Él, como los Apóstoles cuando fueron llamados por Jesús, a ser sus testigos. ¿Qué es lo que nos impide estar más tiempo con el Señor en el sagrario? ¡Nada! A no ser nuestra falta de fe y amor y nuestra falta de conciencia de que la única labor apostólica que puede dar frutos es la que comienza arrodillados en oración y adoración delante del Santísimo.
Hermanos míos, en la audiencia general del miércoles 17 de noviembre de 2010, el Santo Padre Benedicto XVI, exponiendo a los fieles la figura de Santa Juliana de Cornillón, expresó su deseo de que la adoración eucarística se extienda por todas las parroquias del mundo. Y es que, como recordaba el Papa, «mirando en adoración la Hostia consagrada, encontramos el don del amor de Dios, encontramos la Pasión y la Cruz de Jesús, como también su Resurrección. Precisamente a través de nuestra mirada en adoración, el Señor nos atrae hacia sí, dentro de su misterio, para transformarnos como transforma el pan y el vino».
Muy especialmente los jóvenes tienen necesidad de redescubrir la belleza de la adoración eucarística, porque ellos son los más vulnerables ante los engaños de la cultura actual que les ofrece un modo de vida que se resume en poseer cosas; que los encamina desde la infancia a la satisfacción de los sentidos y a la tristeza del alma. Poco o nada en el mundo de la mayoría de la juventud es verdadero porque en la familia y en la sociedad se ha levantado un muro de silencio en torno a Dios que les adormece la inteligencia y empobrece el corazón. Y sin la experiencia de un encuentro personal con el Señor, que tiene como ámbito natural la familia, no se da la fe. Por esto la familia es una preocupación permanente en la actividad pastoral de nuestra Parroquia de Huéscar. Es urgente redescubrir a la familia la primacía de Dios. En el reciente libro del Papa, Luz del mundo, éste dice: «Creo que nuestra gran tarea ahora, después de que se han aclarado algunas cuestiones fundamentales, consiste, ante todo, en sacar nuevamente a la luz la prioridad de Dios. Hoy lo importante es que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que Él nos responde. Y que, a la inversa, si Dios desaparece, por más ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad, con lo cual se derrumba lo esencial.» Y en la Exhortación Apostólica Postsinodal Verbun Domini el Santo Padre nos vuelve a recordar que «no hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante.» Por eso es urgente que vayamos a lo fundamental de la fe, que a su vez es el fundamento: Dios. La adoración eucarística pone de manifiesto esta primacía de Dios en nuestra vida, la valoración de Dios en nuestra existencia, en la que nuestro obrar se configura por su presencia. Tenemos que recuperar la conciencia de la presencia de Dios, de que vivimos bajo su mirada; que no es una mirada espía, sino amorosa; que no es una mirada escrutadora, sino providente.
No nos resignemos, hermanos, a vivir en las tinieblas del ateísmo. A que nuestros niños y jóvenes crezcan y se desarrollen en una sociedad hostil a la religión; una sociedad para la que Dios sólo es un nombre que “habita” en el templo, pero para el que no hay lugar ni en la vida pública, ni en las conciencias. No nos acostumbremos a vivir en una España donde sólo se permita la presencia de lo religioso desde un ámbito folclórico-cultural. Y sin embargo, «la sociedad española se quedaría hoy sin respiro moral si la Iglesia dejase esos lugares donde los hombres sufren, enferman, esperan, están y mueren solos» (Olegario González de Cardedal)
Si nos hincamos de rodillas delante de Jesús Sacramentado podemos y debemos cambiar la sociedad, la familia y la cultura imperante. Hacer que Huéscar nuevamente sea el pueblo cristiano que fue: donde florecían las vocaciones sacerdotales y religiosas, la asistencia a la Santa Misa era generalizada, la visita al Sagrario era práctica habitual en niños, jóvenes y mayores; la devoción y la piedad era común en todos los hogares. ¿Os parece imposible? no lo es. Sólo los que soñaron con el Cielo alcanzaron lo irrealizable. Porque no es nuestro poder el que cambia los corazones, es el poder de Dios el que los trasforma.
Termino esta carta animándoos a que os apuntéis, en turnos de media hora, para la adoración del Señor. Ahora está la iglesia abierta para adorar a Jesús sacramentado de 9 a 1 de la tarde; pero podría estar el día entero, al menos hasta la Misa de las 7. En Huéscar hay población para eso y mucho más. Encomiendo de modo especial a los enfermos que recen y ofrezcan sus sufrimientos para que podamos alcanzar la adoración durante todo el día en nuestra Parroquia.
Que nuestras santas patronas Alodía y Nunilón, mártires de la fe, sagradas protectoras de Huéscar, intercedan por nosotros.
Vuestro párroco y hermano, Antonio FAJARDO RUIZ.